En un artículo publicado en ADN, Alvaro Abós opina que una buena manera de celebrar nuestros doscientos años podría ser recordando los libros que nos definen como país.
“Cabe preguntarse qué sería de este país sin sus libros -dice-. Sin el Martín Fierro impreso en papel de estraza que vendían los pulperos. Sin El matadero, ese cuento tan feroz que tuvo que mantenerse guardado treinta años antes de ver la luz, ese cuento que enseña cómo la violencia y el crimen fueron la matriz que nos fundó y cuánto hemos penado por contenerla y agotarla, a veces, sin conseguirlo”.
“¿Qué sería de este país sin el Facundo, que sigue siendo el libro que nos explica mejor que el último éxito de la mesa de novedades?”, continúa Abós, y su artículo remite en parte al discurso de Tomás Eloy Martínez en la apertura de la Feria del Libro 2004, cuando dijo que esta nación no fue creada por la espada sino por el libro, y generó bastante controversia..
Más allá de la polémica, lo cierto es que por diversas circunstancias la Argentina ha ido perdiendo algunas características que la destacaron desde su origen, y que se relacionan con la idea de un país culto, basado en el esfuerzo y el trabajo y respetuoso de la actividad intelectual. No sólo pudimos enorgullecernos de tener una escuela pública modelo, que garantizaba la igualdad de oportunidades y el ascenso económico y social. También tuvimos una universidad estatal de excelencia, constituimos el mayor polo cultural de América latina, y nuestra industria editorial fue pionera en el mundo de habla hispana.
Hoy, en cambio, los intelectuales viven y trabajan en una sociedad en la que la cultura importa poco. Son ignorados por la mayoría de sus compatriotas, que rara vez los leen, y la difusión de sus obras se limita a poco más que los suplementos culturales de algunos diarios (a propósito de esto, Arturo Pérez Reverte comparó los suplementos con la orquesta del Titanic, que seguía tocando mientras todo se venía abajo, lo que nos trae el consuelo de pensar que se trata de un fenómeno universal).
Sin embargo todos los años, durante tres semanas, el libro logra un protagonismo inusitado y llega a los noticieros y las tapas de los diarios. Aunque la Feria del Libro se agota en sí misma -ya que su convocatoria no se traduce en mayores visitas a librerías o bibliotecas- su importancia es grande y vale la pena apoyarla y aprovecharla.
Pero en esta edición algunas cosas cambiaron. Por razones no del todo aclaradas, en la ceremonia de apertura no se escuchó la voz de ningún escritor. Y más allá de las multitudes, y las ventas, y de todo lo bueno que sabemos que la Feria tiene, los actos culturales más difundidos y recordados fueron, paradójicamente, aquellos en los cuales los autores no pudieron hablar.
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